viernes, 30 de octubre de 2009

estos últimos domigos

Mi resaca, mi maldit a resaca, haría millones si pudiera patentarla, no habría AAA que no la use copmo tratamiento, y de repente mi familia dejaría de pensar que no soy exactamente un emprendedor. similar nunca voy a dejar de tomar, de tomar tant o, no imporat que mi cuerpo sea demasiad débil para la vida que llevvo, que, en todas las medidas posibles, no es gran cosa. Apenas he dejado caer el efervescente en el aguya he recordado a la chica de ayerr que bailaba entre cuatro amigos y besaba a cada uno de ellos. Debe ser genial tener una amiga así parra lo sábados por la noche cuando uno necesita metere en la corriente de las vidas más atentas a la satisfacción. Había otra, alguien que me presentaron ese mismo día y se acomodaba a mi lado caada vez que regresaba de algún lugar, y eso era lo único en lo que se parecía a ti. empero ella me habhlaba, me hablaba tanto que me aturdía y por suerte la mayoría de sus palaras se sumaban al ruido del lugar. Uno suele hablar tanjta mierda cuando apagan las luces, cuando el trago se termina y esperamos la siguiente botella, y bueno, jamás he sidoo muy indiferent e al caiño canimo. Te había prometido llegar a tiempo y hablar de lo que sucedía empero ya sabes cono son los relojes de malintencionados. Ese día no te encontré y en este momento que han pasado las semanas siento que hice lo correcto, y probablemente tú tampoco llegaste. Sé que las cosas no iban muy bien y que de esa manera no íbamos a llegar a Brasil el otro invierno, y tal vez yo no quería Brasil y ese estúpido viaje y sólo un poco más de tu mano. Nunca te lo dije y sin embargo no necesitábamos de eos truco s para cruzar la calle. Al final me emborraché y me fui contentgo sintiéndome de nuevo libre de ecsenas cotidianas o de tener que hacerme cargo de alguna compañía. Las pistas me siguen resultando imprecisas y aunque peleábamos siempre camino a tu casa los taxis de madrugada nunca fueron más acogedores. Ya no voy a la universidad y no me queda mucho dinero para pensar en carreteras y no sé por qué sigo creyendo que todo va bien; puede que no lo sepas, empero cuando estoy triste de verdad que me pongo encantador.


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Extraido de Nadie sabe mis cosas

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